Un país inmensamente rico lleno de gentes pobres.
Cada vez que las lluvias golpean nuestro territorio, el país revive escenas que parecen repetirse sin fin: familias evacuadas, calles anegadas, comunidades incomunicadas. Y aunque el agua es fuente de vida, también nos recuerda lo mucho que aún debemos hacer para convivir con ella de manera segura y sostenible.
La prevención no debe ser una respuesta tardía, sino una práctica constante. En cada tormenta aprendemos o deberíamos aprender que planificar con visión y cuidar de los más vulnerables es una responsabilidad colectiva que trasciende partidos, cargos o colores. La gestión de riesgos no puede depender del momento, sino de la conciencia de que toda vida humana tiene valor incalculable.
Nuestro país es inmensamente rico: en recursos, en gente trabajadora, en talento y esperanza. Pero también es evidente que la desigualdad sigue siendo una herida abierta que se agrava cuando la naturaleza nos pone a prueba. Por eso, más que repartir ayudas después de la lluvia, debemos fortalecer las raíces de la prevención, la educación y la solidaridad.
Solo así construiremos un futuro en el que las lluvias no sean sinónimo de pérdidas, sino de renovación.
Un país tan rico merece que su gente viva con dignidad, sin miedo a que cada tormenta le arrebate lo poco o mucho que tiene.
Por: Amerfi Cáceres







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