Cuentan que una mañana José Miguel Alcántara amaneció triste. Cosa rara en un hombre siempre entusiasta y súper positivo.
Esa día se comportó extraño, saludó sin esa sonrisa de coco de agua que le era característica y caminó por la vieja calle cabizbajo, como meditando una honda pena producto de algún acontecimiento lastimoso.

Fue como cada mañana de domingo al colmado de Papo, donde saludó con desgano, pidió un litro de leche, pagó y regresó igualmente pensativo.

Los vecinos extrañados, púes no le habían visto en la faceta de triste, durante los 37 años que allí llevaba residiendo siempre fue alegre, hasta cuando falleció su madre,se le vio la bondad del agradecimiento porque según expresó, «ya no la vería sufrir las falencias de una enfermedad que la postró en cama durante más de una década». Hasta en ese doloroso momento sonrió y agradeció a todos la solidaridad de estar y celebró haberla tenido a su lado por tantos años.

Lo que le ocurría ahora tenía que ser muy grave, algo terrible y aterrador, murmuraban los vecinos atónitos por el bajo estado de ánimo expresado por José Miguel en aquella mañana.

Entró la tarde, y el hombre no volvió a salir de la casa, otra cosa muy rara porque siempre visitaba a su tía los domingos.
La gente continuó los comentarios y cuando todos se encontraban intrigados, salió de su casa, el buen José Miguel, hacia el colmado de Papo nuevamente.

En el trayecto, fue interceptado por Don Pancho, que poniéndole frente le preguntó:

  • ¿Qué carajo le pasa a usted, que anda tan cabizbajo?

José Miguel le miró con los ojos opacos y resignado le respondió:

-Casi nada, después de 30 años me han despedido del trabajo, y me atormenta no tener para dónde coger mañana lunes, eso es todo.

-Uff, por un momento pensamos que estabas enfermo, trabajo encontrarás, pues eres bien diligente y jovial. No pienso que esa sea una razón para echarte a morir, dijo Don Pancho, tratando de alentarlo.

-Eso no fuera nada, si tuviera 40 años, pero son 64 y a esta edad es difícil encontrar colocación.

Don Pancho, también se puso triste, se veía asimismo cuando diez años atrás fue despedido, pero se repuso de sus pensamientos y le dijo:

  • ¿No te dieron nada de liquidación?

-Me dijeron que fuera a fin de mes, creo que me darán 30 mil pesos, si es que no escuché mal.

-Ya está compadre, dijo Don Pancho con la mirada más esperanzadora que jamás había tenido, Usted pone 15 mil y yo otros 15 mil que tengo ahorrados, ponemos una zapatearía, yo hago los zapatos y usted con esa muela que tiene los vende, integramos a un par de los muchachos como ayudantes y tenemos trabajo.

Así nació una de las más prósperas empresas de mi barrio, donde durante mucho tiempo se empleó a un número importante de personas. Las crisis ofrecen oportunidades para crecer y mejorar, basta solo con que apartemos las lágrimas.

El autor es docente universitario y dirigente político.

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