Danilo Medina, la embajada EEUU y nosotros
Las fotografías publicadas muestran a la embajadora de los Estados Unidos estrechando la mano del arzobispo Ozoria quién, durante la Semana Santa condenó ferviente e inequívoco la postura reeleccionista de Medina; en otra foto aparece con el juez del Tribunal Superior Electoral Román Jáquez que evacuó la sentencia que despoja a Miguel Vargas, aliado de Medina, de la presidencia del PRD.
Cuando el arzobispo Ozoria y otros religiosos arremetieron contra la intención de modificar la Constitución el gobierno respondió señalando que la iglesia católica había perdido influencia implicando que no sería capaz de detenerla pero sin darse cuenta que, ante el reto, esa iglesia demostraría, con la ayuda de todos los opositores de Medina, que son muchos, que tenía y tiene plena vigencia.
Cuando se ratificó la sentencia del TSE la escolta militar que protege al juez Román Jáquez fue retirada, luego cambiada; el gobierno planteó una investigación sugiriendo que se había actuado al margen de la ley.
Se considera parte de la rutina diplomática que una embajadora invite y se fotografíe con el arzobispo de turno así como el presidente de cualquier instancia judicial. Sin embargo, que las visitas y fotografías se hagan y publiquen inmediatamente después de que ambos han sido, acosado el juez, repudiado el arzobispo es cualquier cosa menos una casualidad. Por el contrario, ha sido intencional y deliberado y no me cabe duda alguna de que el propósito de la embajada era dejar constancia pública de su desagrado ante los aprestos reeleccionistas.
LOS DOMINICANOS QUE ADVERSAN A MEDINA AGRADECEN DE BUENA GANA EL DESENCANTO O EL DISGUSTO AMERICANO PERO, NI SIQUIERA EN EL CASO DE QUE AQUELLOS ESTUVIERAN DISPUESTOS A DESHACERSE DE MEDINA LIBRARÍAN A LA SOCIEDAD DOMINICANA DE LA NECESIDAD DE HACER SU PARTE
Empero, el significado real de la posición americana respecto a la reelección de Danilo Medina no tiene hoy el mismo peso ni las mismas consecuencias que ayer. Desagrado no es lo mismo que oposición y si hablamos de esto queda aun por definir qué estarían dispuestos a hacer los Estados Unidos para impedirlo y cuanto éxito tendrían en ese empeño porque ya, la oposición americana a un gobernante no es lo mismo que antes. Ya sabemos que este es otro mundo. EEUU no dispone ni del mismo poder, credibilidad o cohesión ni de la misma voluntad que antes así que, aunque es una mala noticia para Danilo Medina no necesariamente lo saca del juego.
Como dije antes, el viento y la marea cambiaron de dirección pero encontraron al señor Medina en alta mar. Ya ni siquiera está claro si su prioridad es seguir o encontrar como apearse. Lo que si es evidente es la certidumbre de que entramos en un proceso de cambio cuya naturaleza, dirección ni alcance están claros. Sumado al caso de Miriam Germán, la caricaturesca conducta del Procurador, la farsa judicial, las intervenciones telefónicas, los despidos de periodistas por una declaración disidente, la protesta reciente de los policías en pleno cuartel general y ahora el litigio laboral en Punta Catalina apuntan en una sola dirección: principio del fin.
Los dominicanos que adversan a Medina agradecen de buena gana el desencanto o el disgusto americano pero, ni siquiera en el caso de que aquellos estuvieran dispuestos a deshacerse de Medina librarían a la sociedad dominicana de la necesidad de hacer su parte porque, a no dudarlo, Medina, sin desmedro de sus destrezas debe su posición actual a la ineptitud e incompetencia de sus adversarios. Y esa sigue siendo una limitación nuestra y de los EEUU porque ellos tampoco tienen un candidato u opción a la cual promover. Como canta Joan Manuel Serrat: “todo está listo, el agua el sol y el barro ayy . . . pero si falta usted no habrá milagro.
Y además –debo advertirlo- salir de Danilo Medina es apenas el primer paso. Habrá que ver quien gobierna, quien enjuicia, quien le hace frente al desmadre económico, al desorden institucional, a la barbarie social. Hoy, ahogados y asfixiados por la gestión de Danilo Medina, los dominicanos no pueden ver ni la magnitud de la catástrofe ni las penurias que de todos modos tenemos por delante.
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